Hace muchos años un profesor de historia me explicó la
importancia de la palabra pero. Me invitó a observar como las personas solemos
colocar esta inocente conjunción justo antes de aquello que realmente opinamos,
de aquello que realmente nos gustaría decir y no decimos, o si lo hacemos, lo
edulcoramos para que sea más fácil de digerir. Por ejemplo, cuando decimos “Me
cae muy bien Fulanito, pero cuando empieza a hablar de política…” en realidad
lo que estamos pensando es “No soporto a Fulanito, al menos cuando habla de
política”. Desde entonces, y han pasado
más de quince años, el análisis de este tipo de afirmaciones se ha convertido
en un obsesivo –lo reconozco- acto reflejo.
Qué manera tan sutil de contentar a propios y extraños: para
los simpatizantes del Rey las ocho primeras palabras, para los detractores,
para los más críticos con el sistema, las quince últimas. Según la teoría de mi
profesor, lo que verdaderamente piensa Pablo Iglesias, lo que realmente opina
se esconde a partir de la octava palabra. Pero conjeturas aparte, lo que a mí
me preocupa y me enfada a partes iguales no es que sea o no sea republicano, es
la falta de posicionamiento claro y determinante ante esta y otras tantas
cuestiones.
Era el primer discurso de Felipe VI como Jefe del Estado y
esto es todo lo que Pablo Iglesias tenía que decir al respecto. Pablo Iglesias
no ha debido entender la relevancia de su figura política y mediática: los
españoles no esperábamos de él su opinión como telespectador en bata y babuchas;
los españoles esperábamos su opinión como aspirante a inquilino de la Moncloa.
Sin lugar a dudas el líder de Podemos tiene una profunda reflexión al respecto
de la cuestión monárquica –de hecho la ha manifestado en otras ocasiones- pero
ahora se la guarda para él. Ahora el partido está en el segundo round de su
premeditada estrategia, ahora toca la parte más difícil: pasar de haber
convencido a muchos a convencer a la mayoría; y para tan ambicioso cometido hay
que empezar a desdibujarse.
Pablo Iglesias sabe que el país que lloró ríos de tinta por
la muerte de una duquesa no está preparado emocionalmente para sufrir la
decapitación de la figura máxima de la Corte; sabe, que incluso los votantes de
partidos de izquierdas defienden la idea de Felipe VI como Jefe del Estado; por
tanto, arremeter contra la monarquía, dejar clara su postura y sembrar dudas
sobre el futuro de la Institución es dibujarse, es retratarse a cambio de
perder un buen puñado de votos, y ese, no es el camino que conduce a la
Moncloa.
La nueva estrategia de Podemos es hábil pero peligrosa para los ciudadanos y
para su partido. Es hábil porque la ambigüedad ante ciertas cuestiones es la
única forma de contentar a todos. Es peligrosa para los ciudadanos porque
corremos el riesgo de encumbrar a una formación política que una vez en el
poder necesariamente nos decepcionaría a una parte de la población. Peligrosa
porque esta manera de actuar puede –y digo puede- esconder la figura de un
líder con tintes paternalistas y dictatoriales; alguien que se consideraría
poseedor de la verdad absoluta –en términos políticos- y que creería que los
ciudadanos no tenemos talla política suficiente para definir ni elegir lo que
nos conviene; alguien para quien lo importante sería llegar al poder y una vez
allí instalado, emprender el rumbo que él considerara, que sin lugar a dudas y
en su opinión, sería más acertado y beneficioso para el país que el que
habríamos decidido torpemente varios millones de iletrados votantes. Y finalmente, es una estrategia peligrosa para
el partido porque todas las estrategias lo son, porque ni siquiera Pablo
Iglesias es más astuto que el conjunto de los españoles.
Pero todo esto no son nada más que palabras, una suerte de
conjeturas probablemente injustas construidas en torno al tuit con el que comenzaba este artículo y a
la importancia de la palabra pero. Y como es deseo de todo el que escribe
escribir obras redondas, con un tuit empieza este artículo y con un tuit
termina:
A mí no me parece que
ningún rey esté legitimado para darnos lecciones de nada. El pueblo no necesita
tutelaje, y menos de un Borbón –tuiteaba Alberto Garzón unas horas después
del discurso del Rey-.
Queda para el lector la tarea de sacar sus propias conclusiones.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Suscríbete gratuitamente al blog y recibirás en tu correo cada lunes las nuevas entradas. Recuerda confirmar tu suscripción en la bandeja de entrada de tu correo (quizá llegue a correo no deseado).