A estas alturas del partido a nadie le sorprenden ya las
decisiones del grupo Mediaset en general,
y de Telecinco, en particular. Nos han acostumbrado de tal modo a una
parrilla de contenidos tan carente de
cualquier tipo de código ético, que hemos normalizado los insultos, las
lágrimas y el regocijo en el dolor ajeno hasta hacerlos cotidianos. Hoy,
podemos merendar sin que se nos corte la digestión viendo como Raquel Bollo,
Ángela Portero o Chelo García Cortés,
son usadas como la diana mediática donde el resto de compañeros lanzan sus
afilados puñales. Observamos sin inmutarnos como unos y otros reciben estoicamente
dagas dialécticas que al resto de los mortales nos llevarían de urgencia a un
centro psiquiátrico, incluso sabiendo que todo responde a un guion previamente
acordado.
En esta perversa y tóxica atmósfera donde nos han
acostumbrado a vivir –televisivamente hablando-, ha pasado desapercibida la
última vuelta de tuerca moral: ahora se han convertido en anunciantes de varias
páginas web de juego on line. Escondido entre anuncios de colchones y
cortaúñas, tan sólo parece un anuncio más. Sin embargo, no es un anuncio más. En
esta ocasión, no le están prometiendo a una señora que adelgazará como ha
adelgazado Rosa Benito, ni que dormirá mejor si compra el colchón en el que
duerme Jorge Javier… Le están diciendo a miles, a millones de personas, que se
gasten su dinero en el peligroso juego de jugar. Están pidiendo, con total
impunidad, a millares de parados, jubilados, amas de casa con escasos recursos…
que cojan la tarjeta de crédito en la que apenas les queda dinero para acabar
el mes, entren en una web y se precipiten a un abismo donde la caída rara vez
tiene final feliz. Porque son precisamente las personas que pasan el día
acompañadas de Telecinco el colectivo más susceptible de acabar víctima del
juego, son los más débiles socialmente (no por una cuestión de inferioridad
intelectual sino por el momento histórico que les está tocando vivir)
No creo que entre los usos y maneras de estos nuevos
anunciantes haya lugar para la reflexión, para el debate interior. Y si lo hay,
creo que el resquicio de dignidad que les queda será acallado rápidamente con
alguna frase del tipo: “Cada uno con su dinero sabe lo que hace” “Tú no estás
poniendo una pistola a nadie” o “Además, que también pueden ganar dinero si
tienen suerte” Y aunque sea imposible negar ni uno solo de estos sólidos
argumentos, hay, en mi opinión, una cuestión que está por encima de todos ellos;
y es que, y aunque a algunos nos cueste
creerlo, hay personas cuyas únicas referencias morales son Belén Esteban o Kiko
Matamoros. Por tanto, lo que hagan o digan unos y otros, es “Ley” para miles de
personas corrientes. Deberían ser conscientes del gran poder de difusión que
tienen y de la responsabilidad que eso conlleva, deberían ocupar aunque nada
más fueran diez minutos al día a pensar como están contribuyendo con la sociedad, qué hacen ellos (además de
entretener) para hacer un mundo mejor.
Sin embargo, aunque reprobable, resulta comprensible en
todos ellos; justificable desde el punto de vista de la supervivencia mediática,
incluso de la supervivencia real. Ahora
bien, cuesta encontrar un argumento lógico cuando el anunciante es Rafa Nadal.
En este caso, cuestiones de necesidad (de ningún tipo) no explican una decisión
como ésta, y sin embargo, con su colaboración quizá el daño es incluso mayor al
que causan las marionetas de Telecinco. Porque para aquellas personas alejadas
del ruido de Sálvame, del cinismo siempre redicho de Jorge Javier o del veneno
que bombea el corazón de Mila; ver a un referente deportivo y personal como es
Rafa Nadal -el mismo que renunció a un avión privado ofrecido por el Estado
porque España no puede permitirse un derroche así- anunciando juegos, invita a
pensar que lo anunciado no es peligroso ni es adictivo; invita a jugar…
Probablemente existan razones que se escapan a una mente
corriente y expliquen el porqué unos y otros alientan a jugar sin tapujos. Porque
esto va más a allá de haber cobrado 5 o 50 por el anuncio, más allá de haberlo
donado a Cáritas o a ACNUR… Esto es una cuestión de mayor calado, donde 30
segundos pueden tener consecuencias individuales y sociales dramáticas e
irreparables.