He tardado en entender que el día que me dijiste que te querías
ir, en realidad, ya hacía mucho tiempo que te habías marchado, que ya no
estabas conmigo. He tardado tanto que a punto he estado de reducir nuestras
vidas, literalmente, a las ruinas de una batalla campal.
Imagino que el tiempo, como siempre, me dará perspectiva y
cuando observe, cuando observemos lo ocurrido desde la distancia, comprenderé
qué hice mal, qué hicimos mal.
Con el devenir de los años hasta nos atreveremos a decir qué
ganamos y qué perdimos con todo esto. Pero ahora no, ahora ambos nos encontramos
en medio de una tormenta emocional; tú enfurecida y llena de vida, yo abatido y
triste; triste porque te quieres ir mientras yo te sigo queriendo, mientras yo
sigo queriendo compartir la vida contigo. Por eso me ha costado tanto atreverme
a desprenderme de ti, porque te quiero. Y porque te quiero sé que aún estamos a
tiempo; a tiempo de escribir con dignidad el nuevo capítulo de nuestra historia.
A tiempo, de poder mirarnos a los ojos y recodar con
nostalgia aquel maravilloso verano que pasamos juntos en el 92, los años en los
que el puente aéreo unía y separaba nuestras vidas, o el brillo de tus ojos la primera
vez, que por fin, nos montamos juntos en ese tren que devoraba los kilómetros entre
tu casa y la mía.
Todavía podemos repartirnos los recuerdos de una vida sin
hacer sangrar las heridas. De momento, tú te quedas con la camiseta azulgrana -te
advierto que nunca volverá a lucir igual de bien sin mí a tú lado-, yo con la Corona que portabas el día de
nuestra boda. Tú con los cuadros de Dalí y con las esculturas que nos regaló
Gaudí – ¿te acuerdas?, al principio nadie los entendía-, yo me quedo con el
resto. Tú la casa de Cadaqués, yo con la de Fontibre. Para ti la réplica del
primer tren Barcelona-Mataró, para mí el antiguo mapa del Reino de Aragón. Tú
te quedas con los discos de Joan Manuel Serrat pero los libros se vienen
conmigo, al menos los de la colección Planeta. Tiempo habrá para pensar que
hacemos con las deudas, con los caminos que hicimos juntos, con todas la horas
que pasé construyendo aquel salto de agua para que tuvieras luz en la casa del
pueblo; o con el Seat Ibiza que te regaló mi padre.
Tiempo habrá para todo ello; ahora es tiempo de partir, de
dejar partir. Porque no quiero que te vayas, pero mucho menos quiero que estés a
mi lado si ese no es tu deseo. Yo no quiero ser tu lastre.
Yo quería ser tus alas y que tú fueras las mías. Yo quería
volar a tu lado; yo pensaba que volaba a tu lado. Creía, de verdad creía, que
ambos nos encontrábamos en lo mejor de la vida, que todos nuestros problemas
eran meros problemas económicos, que lejos quedaban ya los complejos y los
miedos de la adolescencia, la ambición y la bravura de la juventud.
Ahora que creía saber quién era, saber quién éramos, nos
queda lo más difícil. Nos queda la dura tarea de volver a encontrar nuestra
identidad, volver a ser yo sin ti y tú sin mí.
Aprender a ser España sin Cataluña y Cataluña sin España.
Está muy bien la analogía, solo que no fue tan ideal la relación. Tú me querías pero no en igualdad, era el tuyo, más que un amor posesivo, un amor desigual, exigías demasiada lealtad que tú no ofrecías, como aquellos maridos de antaño, "mia o de nadie", y comprenderás que sobre esa base no se crea un proyecto común.
ResponderEliminarMuchas gracias por formar parte de este "faro" y por nutrirlo con tus palabras. Como tu bien dices probablemente nada fue nunca tan idílico; tan sólo he pretendido elegir una forma distinta de decir que es el momento de tomar cartas en el asunto, que es el momento de asumir la realidad, ahora que aún estamos a tiempo "de no reducir nuestra historia a una batalla campal". No quiero, no queremos, un final como el de otras regiones -no tan lejanas...
EliminarUna vez más, muchas gracias por compartir tus palabras aquí.
Saludos
Rodrigo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar