Existe un teoría que dice – textualmente según Wikipedia- que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra
persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de
cinco intermediarios (conectando a ambas personas con sólo seis enlaces)… El
concepto está basado en la idea de que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces en la cadena, y
sólo un pequeño número de enlaces son necesarios
para que el conjunto de conocidos se convierta en la población humana entera. A esta teoría se la conoce como la teoría de los seis grados.
Por tanto, y siempre de acuerdo con la
citada hipótesis, si usted es una de
esas personas que beben los vientos por conocer a algún personaje famoso, sólo tiene
que tirar de contactos. Si se esmera, en cinco movimientos está usted hablando
de deportes con María Escario o de las últimas tendencias con Sara Carbonero –si
lo intenta al revés creo que quedará profundamente desilusionado-.
Lo que el precursor de esta teoría, Frigyes Karinthy también
según Wikipedia, no contempló, es que hay
idiosincrasias tales en algunos países, como el nuestro, que hacen que el
número de conocidos necesario se reduzca hasta límites insospechados.
Ilustremos esta última afirmación con un
ejemplo práctico. Piense el lector en un día cualquiera, el día de hoy, o el
día de ayer; piense en una actividad cotidiana, recuerde por ejemplo su paso
por la peluquería y centrémonos en sus últimos minutos en el establecimiento: el
momento del pago. Quizá necesite hacer un esfuerzo adicional, suele ocurrir
cuando tratamos de recordar actos cotidianos interiorizados en nuestra día a
día. Pero con un poco de voluntad conseguirá visualizar como sus veinte euros
caen directamente en la cartera de la peluquera al tiempo que una libreta de papel
se convierte en el único testigo de su paso por allí. Horas más tarde, el inocente billete junto con
otros tantos inocentes billetes sirve de medio de pago al pintor que ha
rematado con pulcritud la faena encomendada en casa de la peluquera. El pintor, sin
dejar rastro de pintura ni rastro de su paso por allí, se marcha pensando que
tendrá que renovar el sobre donde recoge sus pagos, ya está un poco desgastado.
Tiene 4 años y medio –recuerda con exactitud-, lo recuerda perfectamente porque
es el sobre en el que la constructora donde trabajaba le pago parte de su
finiquito, en diferido. Sonríe mientras baja las escaleras pensando que quizá ese
mismo sobre, meses antes a su despido, fue y vino de la Castellana a Génova sin
llamar la menor atención de nadie.
Y así, sin llamar la menor atención, queda
demostrado empíricamente y con total rigor –note el lector la ironía- que sólo
harían falta tres personas para que usted pudiera conocer a personajes del
calado mediático, por ejemplo, del Señor Bárcenas; por citar a un famoso
cualquiera…
La teoría de los seis grados se reduce
perversamente en nuestro país.
Y aunque usted sabe que de este modo, su
acción individual merma el erario público y por tanto limita el Estado de Bienestar
que sin matices reclama; también sabe
que con lo que se ahorra de IVA en la peluquería, compra el pan de toda
la semana; que la peluquera, con lo que sisa a Hacienda paga la factura de la
luz, y que el pintor, entre pagar la cuota de la Seguridad Social y la
matrícula de la universidad de su hija, ha elegido dar futuro a su primogénita
y rezar cada noche para no ponerse enfermo.
Sabe usted, que no entiende ni lo más mínimo
de economía, al menos de la que se
imprime en páginas color salmón, que mientras el Estado español no revise en
profundidad su sistema fiscal, no predique con el ejemplo, no ponga un sistema
recaudatorio justo, no adopte medidas disuasorias determinantes, no reparta con
equidad la carga impositiva, no tome conciencia de que nos guste o no, nos
cueste asumirlo o no, somos una sociedad con un deficiente sentido cívico en
materia fiscal –y algo habrá que hacer para solucionarlo-, mientras todo, o
algo de eso no cambie;
sabe usted que la
teoría de los seis grados es ciertamente exagerada en nuestro país.