Es difícil, muy difícil, convivir con la duda; en ocasiones
incluso insoportable. No con una duda en concreto, no con la ausencia de
conocimiento acerca de un hecho o cuestión, sino con aquella que tiene que ver
con la confianza, con la pérdida de confianza en alguien. En ocasiones los
sucesos más banales, los más irrelevantes, desencadenan tormentas de incertidumbres
que anegan en segundos lo construido en años de convivencia. La duda es una mancha de difícil limpieza para
la cual el único remedio que funciona –y
no siempre- es dejar pasar el tiempo; es una herida que paradójicamente, sólo la
puede cerrar quien la abrió; es la
enfermedad convertida en enfermero.
Peor suerte corre la mácula si la herida trasciende los
límites de lo cotidiano, si quien nos ha defraudado no tiene la oportunidad de
rescindir su honor cada día, con cada
nuevo gesto, con cada nueva mirada. Cuando la duda es vertida sobre la imagen
pública, cuando lo que se pone en cuestión es la confianza en alguien como
profesional o como figura pública; la mancha, incluso con tiempo, es casi
imposible de borrar.
Si la vida te da la oportunidad de vivir de cerca el
descrédito público de un ser querido, que además de querido –o por encima de
querido- es inocente; y observar como a pesar de contar con la sentencia de un
juez que así lo confirma, tiene que soportar seguir arrastrando una mochila
llena de voces que entonan aquello del “cuando el río suena…”; si eso ocurre,
aprendes a poner en entredicho cualquier tipo de información al respecto de
posibles actuaciones reprobables por parte de figuras públicas, a cuestionar
incluso que un juez haya admitido a trámite una demanda. Porque el jocoso
refranero español, fiel reflejo de nuestra sociedad, está lleno de prejuicios.
Y no, no siempre que el río suena lleva agua.
En estos momentos España está desbordada de ríos que suenan,
y que llevando agua o sin llevarla, han convertido el país en una marisma de
lodos en la que cuesta caminar con confianza, caminar sin prejuzgar.
Es difícil no dudar de Tania Sánchez o de Juan Carlos Monedero, por ejemplo, pero hay que hacerlo, hay que poner en
entredicho todo lo que leemos y escuchamos porque en ocasiones viene sesgado,
manipulado o incorrectamente explicado. Ya bien sea porque los medios de
comunicación necesitan generar noticias impactantes fáciles de digerir y
comprar, o porque los periodistas no tienen ni el tiempo ni los recursos para
ahondar correctamente en lo que está ocurriendo; la realidad es que a menudo
nos encontramos con informaciones que siendo ciertas -en algunos aspectos-,
transmiten al receptor de la noticia una idea distorsionada de la realidad.
La comisión de investigación a Tania Sánchez concluye que no
hubo irregularidades en su gestión, pero la duda ya planea sobre ella, la
mancha ya está ahí, la mochila llena de voces escépticas ya pesa sobre su
espalda para siempre. Porque siempre habrá alguien que la única lectura que
haga de todo esto sea, que si la han investigado es porque hay algo que
investigar.
Juan Carlos Monedero, por su parte, ya ha pagado sus deudas
con Hacienda, ya ha regularizado su situación, sin embargo, nunca nadie
sabremos si tributó a través de una empresa para ahorrarse un importante monto
de dinero o si lo hizo porque desconocía la forma correcta de hacerlo. Resulta
difícil de entender que un profesor universitario no tenga a su alcance medios
para formarse e informarse de sus obligaciones tributarias, pero incluso eso
hay que ponerlo en cuarentena. Porque Monedero pudo haber delegado su confianza
en algún experto en materia fiscal que le
asesorara que ésta era la forma correcta de proceder. Nunca lo sabremos, sólo él y su almohada
tienen la respuesta a esa pregunta que para nosotros seguirá dando tumbos de un
lado a otro de nuestras cabezas, hasta que otro asunto ocupe su lugar.
No podemos, o no debemos, juzgar a Monedero porque no
sabemos si actuó o no de buena fe, pero si podemos discutir su forma de arremeter
contra la casta ahora que sabemos que él también comete torpezas. Hoy que
sabemos que su historial patrio no es inmaculado, hoy que tenemos la certeza de
que él, por obra u omisión, también comete pecados, podemos cuestionar que
ataque con tanta prepotencia al resto de la clase política, que los tilde de
corruptos y los acuse sin compasión de no tener conciencia de Estado. Ahora,
que sabemos que Monedero había regularizado sus cuentas pocos días antes de
retar públicamente al ministro de Hacienda, sí podemos preguntarnos por su
humildad y su honradez; no porque haya
podido intentar defraudar a Hacienda –y con ello a todos los españoles-, sino
porque lo que se espera de alguien que ha tropezado y ha caído –y que además
aspira a dirigir nuestro país-, es que se levante sabiéndose más humano, más
humilde.
Parece que Monedero, a pesar de no parar de repetirlo, no ha
entendido que este país está en una situación muy grave, dramática; y que lo que España necesita no son líderes
que lancen discursos envenenados intentando conectar con la rabia y la
desesperanza de la población, lo que España precisa son líderes humildes,
honrados y honestos que conecten con la esperanza y la ilusión de los ciudadanos,
que de verdad comprendan que una nueva decepción sería insoportable. Líderes,
que le den la vuelta a este país, pero que lo hagan sin partirlo en mil
pedazos.