La vida está llena de finales que jamás habías sospechado –o
algo así creo que decía el anuncio de un coche al respecto de la inverosímil
historia de unos patitos de goma-; y lo cierto es que conforme avanzamos en el
camino vamos comprobando empíricamente la realidad –a veces amable, a veces
cruel- de esta afirmación. Que la
política forma parte de la vida nadie lo duda, por tanto, el silogismo es evidente:
también la política está llena de finales que jamás habías sospechado.
De episodios que contrastan esta improvisada teoría está
llena la historia. Tratar de hacer cualquier tipo de vaticinio al respecto de
lo que ocurrirá el próximo otoño, de quién o quiénes gobernarán nuestro país en
los próximos cuatro años, es un ejercicio de mera especulación.
Ahora bien, habida cuenta de los resultados electorales en
Grecia –habrá que ver cómo evoluciona su economía de aquí a otoño y qué lectura
hacen unos y otros de ello - y del terreno pantanoso en el que se mueven PP y
PSOE; a día de hoy, desde este punto del camino, podemos vislumbrar que las
luces del Congreso adquieren tintes violetas cada vez más definidos.
Que el Partido Popular camina en cortejo fúnebre hacia el
cementerio es más que evidente, que aun así salvará los muebles gracias al
miedo de unos y a la inmunidad ante la crisis de otros, también parece una
obviedad de la que sería redundante seguir escribiendo. Que el PSOE anda dando
tumbos en manos de un líder que no parece tener clara su postura política, ni
cómo hacer frente a la campaña contra Podemos: más de lo mismo.
La novedad son las oscuras argucias de las elites del
partido de los trabajadores –como ellos se empeñan en seguir llamándose-. Esta semana hemos descubierto que el bueno de
Zapatero y el patriota de Bono, se reunieron con Pablo Iglesias e Iñigo Errejón
sin que el líder de los socialistas tuviera la menor idea. También esta semana,
casualidades político-mediáticas, Susana Díaz comienza a plantearse el adelanto
electoral en Andalucía, Zapatero la retrata como la mejor líder ejerciente y
empiezan a filtrarse noticias postulándola como candidata a la Moncloa.
Pero en política y en comunicación poco hay de casual en
pleno siglo XXI, así que en realidad todo parece responder a una campaña
orquestada por el sector más poderoso del partido para apartar a Pedro Sánchez
y colocar a la presidenta de Andalucía al timón de un barco que hace aguas.
Aunque quién sabe, porque si la estrategia acabara ahí, sobraría de esta
ecuación la incógnita del almuerzo entre las viejas glorias del PSOE y las
noveles promesas de la política española.
Susana Díaz está en su derecho a querer ser la primera
presidenta del gobierno español y los miembros del PSOE de manifestar apoyo a
su candidatura, pero lo que no es legítimo es operar con nocturnidad y
alevosía. Si Díaz tiene aspiraciones a la Moncloa que lo diga clara y
llanamente, y si no las tiene que lo manifieste con rotundidad y haga público
su apoyo a Pedro Sánchez. Si Zapatero y Bono se sienten hoy más próximos a
Pablo Iglesias solo tienen que abandonar el PSOE, pero si siguen formando parte
de la organización deberían hacerlo con modestia, lealtad y sentido del deber.
El problema es que modestia y ambición son dos palabras de
difícil conjunción; y al naufragio del
PSOE se le suma ahora un nuevo embiste: el de la codicia de sus líderes; la de
los presentes y la de los que no asumen que su momento ya pasó, y se dedican a
maquinar a hurtadillas quien sabe qué. Ni los unos ni los otros tienen
conciencia de Estado por muy patriotas que se autoproclamen. Es muy lícito ser
ambicioso, es respetable buscar el crecimiento personal y profesional; de
hecho, es hasta necesario para que el sistema económico capitalista funcione.
Ahora bien, todo aquel que antepone sus intereses personales a los colectivos,
todo aquel cuyo liderazgo y ambición no encuentra fin en la propia satisfacción
que genera comprobar la mejora del bienestar colectivo, no debe dedicarse a la
política. Un político debe anteponer los intereses del Estado a los suyos; debe
vivir la política con dedicación, abnegación y sacrificio; aunque el sacrificio
suponga apartarse del camino por el bien del partido, en aras del bien del
país.
Bono puede actuar como le plazca, Zapatero puede comer con
quien considere y Díaz puede seguir hablando ambiguamente de trenes hasta el
día que estime oportuno; ahora bien, habrán de asumir las consecuencias que sus
actos tengan para el partido y por extensión, para el país. Porque lo que el
PSOE no ha terminado de comprender es que ni siquiera el asesor político más
lúcido de España es más hábil que el conjunto de los españoles, y que España en
su conjunto está al límite de su paciencia –en lo que a rufianerías políticas
se refiere-.
Los militantes del PSOE no deberían perdonar que se menosprecie su
voto colocando a un líder a dedo, ni cualquier tipo de manipulación que no
nazca del deseo general de las bases. Los andaluces no deberían consentir
elegir a una presidenta que unos meses más tarde ceda el mando de Andalucía
para irse a probar fortuna a Madrid –salvo que la eligieran sabiendo de
antemano que ese es el plan-, y los españoles no deberíamos encumbrar a ningún
líder que no respete los valores democráticos. Tampoco debería quedar impune la
ausencia de explicaciones al respecto de una reunión que a priori carece de
toda lógica.
La soberbia de la
élites de una las formaciones políticas más importantes de España –hasta el
momento- les impide dar un paso atrás, les impide respetar el proceso
democrático del propio partido; ver, que
la propia organización es una muestra del conjunto de la población y que no hay
candidato más legítimo que el legitimado por los votos.
Ciegos de vanidad, no
advierten en el PSOE que militantes y simpatizantes están tirando al
suelo las rosas que un día empuñaban con orgullo; y que los maltrechos pétalos
van formando poco a poco la alfombra roja por la que Pablo Iglesias ascenderá al
Congreso a recoger los pedazos que queden de España.
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