Paulina tardó varios años en entender el sentido de aquel
regalo. Nunca lo relegó al cajón del olvido. Siempre presente, siempre
intentando encontrar para él el lugar adecuado. Un protagonista omnipresente,
un compañero de viaje impuesto por la vida sin mayor sentido que la mera
intuición de una revelación definitiva.
Paulina, siempre se sintió hija del azar. De algún modo, la vida tenía sus planes y ella formaba parte de un gran engranaje universal donde su existencia cobraría sentido más tarde o más temprano. Confiaba en las señales del destino. Por eso, nunca se desprendió de aquel pedazo de papel que una joven desconocida le entregó sin mediar palabra en un mercado de Estambul.
Paulina confiaba: entendía la vida como un ser todopoderoso
capaz de regir su destino con total maestría. Pero todo el que espera un día
más de la cuenta acaba conociendo las desgarradoras zarpas de la desesperanza. Así
que cuando Paulina comenzó a desesperar pensó que lo mejor que podía hacer era
calzarse sus zapatillas más cómodas, coger una mochila ligera y salir al mundo
a buscar a su camino, su lugar.
Buscó encontrar la paz del pasado en las ciudades donde
había sido feliz; refugio en su tierra natal; buscó descubrir nuevos
horizontes, conectarse y desconectarse de aeropuerto en aeropuerto: de Bangok a
Tokyo y de Tokyo a Bali; de Bali a New York y de New York a otro aeropuerto…
Y así, buscando y enlazando vivencias; en alguna escala
entre un propósito y un sueño, aterrizó en un recóndito pueblo de Teruel.