Alfonso Traiz-Ocejo tenía agendadas demasiadas cosas
importantes aquel lunes como para hacer caso a los consejos de una lunática
cualquiera.
Cuando Belinda se acercó a él en la salida del metro, no
reservó para ella ni un segundo de indiferencia. Leyó el papel que le entregaba
aquella joven -de la que le separaban escasos años de edad pero un abismo vital-,
y lo redujo en un rincón del bolsillo de la americana esperando encontrar una
papelera donde tirarlo.
Avanzó los metros que le separaban de la oficina y se
sumergió en el organizado primer día de la semana. Llamadas, correos electrónicos, reuniones,
una ensalada sin apartar la vista del ordenador; más llamadas, más reuniones,
informes urgentes, informes para ya, informes para ayer... Y tras once horas y
media en lo más alto de la montaña rusa del estrés: una hora ejercitando el
grupo muscular que indica la tabla del gimnasio para los lunes, fibra y fruta
para cenar, revisión de los whatsapp del día y vuelta a empezar.
Martes, miércoles, jueves, viernes y fines de semana
alterados y alternados entre recuperar trabajo acumulado y noches
desproporcionadas en los locales y las alcobas más exclusivos de Madrid, llevan
a Alfonso sin darse cuenta, al primero de agosto; y con éste, a las vacaciones.
Madrid - Moscú, Moscú-Ibiza, Ibiza-Málaga, Málaga-Madrid.
Así hubiera acontecido el verano si al intentar subir al
avión sus pies no hubieran decidido desobedecer a su cabeza. No le respondían, no le dejaban avanzar; por más
que lo intentaba no conseguía articular movimiento alguno. Le faltaba aire, le
sudaban las manos a pesar de que un helador escalofrío recorría su estómago, el
corazón bombea sangre en un acto desesperado de supervivencia mientras miles de
personas empezaron a girar a su alrededor, sonidos incomprensibles intentaban
atravesar sin éxito los conductos nerviosos de su cerebro, las paredes
comenzaron a devorarle… y de repente; todo se volvió blanco.
Una simple crisis de ansiedad, un ataque de pánico -dijeron
los médicos-. Pero Alfonso Traiz-Ocejo había comprendido en cuestión de
segundos que aquello no era un ataque de pánico, aquello era un terremoto que
había resquebrajado los cimientos de su vida. Había comprendido en sus propias
entrañas, que el miedo es un gas que necesita expandirse y llenar todo el
espacio. El miedo se cuela por debajo de las puertas para recorrer cada
baldosa, acariciar cada cuadro, cada fotografía. El miedo se sienta a nuestro
lado en el sofá, bebe de nuestra taza de café y come de nuestra porción de
chocolate. El miedo se disfraza de aire puro para colarse en nuestros pulmones,
en nuestra sangre y acabar así recorriendo hasta el último rincón de nuestro
cuerpo.
El avión partió
dejando a Alfonso perdido en un aeropuerto; aterrado en medio de una tormenta
que nadie anunció, que nadie previó.
Le despertó el olor a café y pan
tostado, y al abrir los ojos le acarició un cálido sol que todavía no lograba
ganarle la batalla al rocío de la mañana. Siguió el rastro de aquel acogedor
aroma y llegó a la cocina donde le esperaba su madre. Notablemente más mayor de
lo que él la recordaba, pero firme, casi impertérrita; sonriente e incluso feliz
de lo ocurrido, de poder tenerlo a su lado; de poder cuidarlo. Desayunó. Salió
a la calle descalzo y los pies le
llevaron por una tierra fresca y compacta hasta el granero donde estaba su
padre cortando leña para el invierno. Al entrar, una explosión de recuerdos se apoderó de él
en forma de olor a madera, a frutos secos, a las primeras cebollas, a los ajos
recién arrancados, a la paja y al grano… ¿Cuánto tiempo hacía que no estaba en
casa? ¿Cuánto que no veía a sus padres envejecer? ¿Dónde nacía aquel dolor al
mirar al pasado?, ¿dónde el desgarro al mirar al futuro? ¿En qué momento había
cruzado el puente de la nostalgia?, ¿en cuál el de la incertidumbre?…
No quiso que le viera llorar. Deshizo el camino andado y subió
a la habitación a organizar la ropa de las maletas y tratar así de llenar unos
minutos de todo el mes que le aguardaba por delante. Pero se encontró con que
ya lo había hecho su madre.
Se tumbó en la cama
desconcertado, asustado de estar muerto de miedo, temeroso de mirar hacia
adelante y no ver nada, angustiado de no saber cómo iba a llenar los treinta
días y las treinta noches que le quedaban por delante antes de volver a
trabajar, atormentado por la mera idea de no poder volver a trabajar, de no
poder volver a subirse a la vida… Se acurrucó para hacerse pequeño, para esconderse,
para preguntarse qué había pasado, qué había hecho mal, por qué de un día para
otro el pánico se había instalado en su estómago y por qué se sabía incapaz de
salir de allí, de la casa del pueblo, del regazo de su madre; por qué los
fantasmas eran más grandes fuera de aquellas cuatro paredes... Y al girarse, al
recogerse sobre sí mismo, advirtió que sobre la mesilla había un papel
descolorido, lleno de arrugas, claramente rescatado y alisado con las manos. Lo
reconoció al instante, era el papel que le había dado aquella joven desconocida
a la salida del metro. De algún modo había conseguido sobrevivir en el bolsillo de la
americana. Lo cogió. Todavía se podía leer:
“Reserva tiempo para improvisar”.
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Querido lector, este relato pertenece a la serie La maleta de Belinda. Para que puedas disfrutar plenamente de él, te sugiero que leas el primero, La maleta de Belinda, y el último, El final. Los puedes encontrar pinchando aquí abajo en la etiqueta La maleta de Belinda, fueron publicados el 04/10/2015 y el 16/12/2015, respectivamente. Ni que decir tiene que estás más que invitado a leer los otros 7 relatos de la serie.
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Querido lector, este relato pertenece a la serie La maleta de Belinda. Para que puedas disfrutar plenamente de él, te sugiero que leas el primero, La maleta de Belinda, y el último, El final. Los puedes encontrar pinchando aquí abajo en la etiqueta La maleta de Belinda, fueron publicados el 04/10/2015 y el 16/12/2015, respectivamente. Ni que decir tiene que estás más que invitado a leer los otros 7 relatos de la serie.
ENHORABUENA.. En estos tiempos en que pasa la vida con tanta prisa...es bueno ese toque de atención que nos proporcionas
ResponderEliminarSeguiremos atentos a las próximas entregas.FELICIDADES AMIGO RAÚL.
Muchas gracias Ana Mary. Creo que vivimos muy rápido sin apenas disfrutar de lo que estamos haciendo (trabajar, comer, caminar o comprar). Creo que en muchos casos esa velocidad trata de esconder carencias fundamentales para construir una existencia plena. Gracias por dejar tus impresiones. Seguiremos navegando por las "historias inspiradas en la vida real"... :-)
EliminarEstupendo relato. Consigues captar la atención desde el inicio y nos invitas a reflexionar sobre esta vida tan acelerada, a menudo plagada de rutinas y prisas, que como bien dices no nos deja disfrutar de casi nada.
ResponderEliminarGracias y a continuar.
Paco, cuanto aprecio tus palabras; las tuyas precisamente que son capaces de crear unas reseñas acertadas...
EliminarLo mismo digo, a seguir Paco!!!